La industrialización

 

Con respecto a otros países del occidente europeo, la España del siglo XIX ofrece muestras evidentes de atraso económico. Sin embargo, tal idea no debe conducir a una conceptualización absoluta. Cualquier explicación sobre la evaluación de la industria española en el siglo XIX que pretenda tener un carácter global, debe plantearse la cuestión tanto desde el lado de la oferta como desde la demanda. En la España decimonónica una tupida red de carencias, desfases y distorsiones estructurales encenagan los canales de la acumulación interior. Parte de este atraso es atribuible a la persistencia de estructuras anacrónicas en el campo que perfilan un conjunta de baja productividad, aunque no de inmovilismo. La desamortización, la disolución del régimen señorial y la desvinculación consolidaron las anteriores estructuras de propiedad, y las posteriores dificultades económicas de la nobleza de cuna ocasionaron transferencias de propiedad en el interior de las elites sin mayores cambios sustanciales. La puesta en cultivo de nuevas tierras desembocó más en el aumento de la producción que de la productividad. El acceso de las burguesías al mercado de tierras se saldo con la extensión generalizada de los comportamientos rentísticos: es decir, los propietarios actúan mas como empresarios de rentas agrarias que como empresarios agrarios. En los latifundios la maximización de las rentas se baso en la mano de obra abundante y barata y la presión sobre los salarios con la subsiguiente demanda interna bajo mínimos y falta de innovaciones técnicas.

Los recursos mineros en los que España era rica (hierro, plomo, cobre, mercurio) entraron en una acelerada explotación en el ultimo cuarto de siglo, pero no trajeron como consecuencia un fenómeno de desarrollo industrial paralelo en estas áreas, con la posible excepción del Pals Vasco. Tampoco se dio un sustancial tirón de los ferrocarriles sobre la industria pesada como podría haber ocurrido, tema también objeto de debate en la época y la historiografía posterior. La desvinculación entre la construcción del ferrocarril y la producción siderúrgica interior fue percibida por los industriales del ramo como una autentica tragedia, como la ocasión perdida para el despegue definitivo. El auge ferroviario de 1860-65 culminó en una masiva importación de hierro extranjero, sin embargo la incidencia sobre. la producción interior fue escasa.
Atraso técnico y baja productividad, distribución negativa de la renta, y control de recursos básicos por parte del capital extranjero. Las estadísticas de 1868 señalan que el País Vasco proporcionaba el 26 par 100 del total interior siderúrgico, como preámbulo de un salto cualitativo que tomara cuerpo diez años después, cuando la siderurgia vasca acelere su modernización tecnológica al abrigo de la exportación de mineral de hierro a Gran Bretaña y a la importación de combustible de esta procedencia.

 

 
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